lunes, 17 de noviembre de 2008

Michelle Peña ¡PRESENTE!


"Las mujeres de mi generación abrieron sus pétalos rebeldes de rosas, camelias y yuyos peregrinos entre vientos

Minifalderas en flor de los setenta, las mujeres de mi generación acudieron a todas las llamadas y fueron dignidad en la derrota

En los cuarteles las llamaron putas y no las ofendieron, porque venían de todo un bosque de sinónimos alegres: Minas, Cabritas y Señoritas, hasta que ellas mismas escribieron la palabra Compañera en todas las espaldas y en los muros de todos los hoteles

Conocieron la cárcel y los golpes, habitaron en mil patrias y en ninguna, fumaron marihuana en los descansos y nos enseñaron que la vida no se ofrece a sorbos compañeros, sino de golpe y hasta el fondo de las consecuencias

Fueron estudiantes y obreras, y hasta madres y parejas en los ratos libres de la Resistencia. Internacionalistas del cariño, brigadistas del amor, las mujeres de mi generación lo dieron todo y dijeron que todo era apenas suficiente

Ellas: la fe devuelta, el valor oculto en un panfleto, el beso clandestino, el retorno a todos los derechos. Un tango en la serena soledad de un aeropuerto, un poema de Gelman escrito en una servilleta, los nombres de los amigos guardados con ramitas de lavanda, las cartas que hacen besar al cartero, las manos que sostienen los retratos de mis muertos

Ellas lo son todo y todo lo sostienen, porque todo viene con sus pasos y nos llega y nos sorprende

ntelectuales del instinto, instinto de la razón, así son ellas, las únicas, irrepetibles, imprescindibles, sufridas, golpeadas, negadas pero invictas mujeres de mi generación

"Mujeres de mi Generación, Fragmento.
Luis Sepúlveda.

El pasado 20 de junio se cumplieron 33 años del secuestro y desaparición de la joven militante de la resistencia Michelle Peña Herreros, a manos de la DINA. Detenida en el sector de Las Rejas y en su octavo mes de embarazo, su rastro se perdió –como el de tantos- desde Villa Grimaldi.

Michelle Marguerite Peña Herreros, junto a su familia republicana, llegó a Chile desde España, huyendo del franquismo y de las privaciones que había provocado la Segunda Guerra Mundial. Su madre, Gregoria Peña Herreros, el 4 de febrero de 1939 cruzó Los Pirineos, junto a otros familiares, todos activos militantes del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). La Guerra Civil había terminado y aquellos que habían combatido defendiendo la República escapaban desesperados a través de las montañas. Sólo entre las últimas semanas de enero y principios de febrero de ese año, cerca de 500.000 españoles cruzaron los pasos de Los Pirineos en dirección a Francia.

Huyendo de un destino incierto, los republicanos depositaron su esperanza en el país vecino, una tierra con tradición de asilo y cuna además de los Derechos del Hombre. Pero las autoridades francesas nada habían previsto al respecto, pese a que la derrota republicana era inminente. Por ello Gregoria –al igual que otros miles de españoles– pasó días y noches enteras a la intemperie, soportando el frío y el hambre, a la espera de su turno para cruzar la frontera. Al otro lado los esperaban los campos de refugiados y luego el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Las condiciones de vida en esos campos serían especialmente duras para los republicanos españoles: frecuentemente no eran más que playas desnudas sin mayores refugios para guarecerse del frío, sin medidas de higiene, sin medicamentos ni agua potable.

Así vivó Gregoria sus primeros días como refugiada en tierra francesa, hasta que logró trasladarse a Toulouse. A la edad de 16 años, Gregoria quedó embarazada de un joven soldado francés, que no estuvo dispuesto a reconocer a su hija ni a darle su apellido. Michelle, la hija de Gregoria y de aquel conscripto galo, nació en Toulouse el 27 de julio de 1947. En 1952, Gregoria decidió viajar a Chile con Michelle y los abuelos de la niña, para reunirse con una de sus tías y el marido de esta, que años anteriormente habían logrado embarcarse en el Winnipeg, el barco que trajo a decenas de familias españolas que huían de la persecución y de las cárceles franquistas.

Michelle creció rodeada de refugiados españoles, oyendo los relatos de la guerra civil, las canciones republicanas y compenetrándose de los ideales de justicia e igualdad que aquel peculiar ambiente familiar le transmitía. De esa niña, que también entonaba el “Ay Carmela” a todo pulmón, Gregoria recuerda su gusto por la lectura y por la música, su carácter alegre y lo mañosa que era a la hora de las comidas. Gregoria añade que Michelle “amenazaba con vomitar y lo hacía”. También recuerda que “era inteligente, especialmente hábil y rápida para las matemáticas, pero floja para estudiar. En cambio, prefería leer, escuchar música y tocar guitarra”. Según su madre, Michelle era “alta, fornida, de tez blanca, ojos muy grandes de color café, expresivos y de mirada firme, la nariz respingona. Hablaba con sus manos y con sus gestos, era muy discutidora, no se quedaba callada frente a las injusticias sociales. Tenía carácter alegre y amistoso, rabioso y apasionado, a pesar de que fácilmente abandonaba lo que empezaba. Fumaba un cigarrillo tras otro y era extremadamente generosa. Había tenido tres pololos, todos ellos más pobres y necesitados que ella”.

Siempre vivió en Santiago. Su enseñanza secundaria la cursó en el Liceo Nº 1 de Niñas, donde se hizo muy cercana a Patricia Abarzúa y a Aileen Grifitth. Esta última conserva un nítido recuerdo de esos años en la enseñanza secundaria: “con Michelle nos conocimos en el año 1965, estando yo en el cuarto y ella en el quinto año de humanidades. El contexto de nuestra amistad surgió al calor de nuestras afinidades e inquietudes sociales. Recuerdo que nos hicimos amigas participando en las actividades del Centro de Alumnas, mientras intentábamos redactar –cosa que hicimos- un reglamento que permitiera a las alumnas hacer uso del derecho a huelga”.Las jóvenes amigas se dejaron de ver al salir del liceo. Patricia ingresó a la UTE, Aileen se fue al Pedagógico de la Universidad de Chile en Valparaíso y Michelle, a petición de su madre, partió a estudiar en el campus Antofagasta de la Chile.

En 1968, Michelle y Aileen se reencontraron. Aileen recuerda que “esa vez, en el marco de la celebración de la Primavera de Praga, viajé de Valparaíso a Santiago con un compañero de las JJCC, en la que yo militaba, porque estábamos organizando un festival de cine checo. Fuimos a una dependencia de la Embajada de Checoslovaquia, en la calle San Antonio, tocamos el timbre y nos abrió, para gran sorpresa mía, la Michelle. Ella estaba trabajabando allí, no se si desde su militancia, o remuneradamente, pero de inmediato nos facilitó las películas que andábamos buscando. Fue un precioso reencuentro”.

Ese mismo año, la vocación matemática de Michelle la había hecho a regresar a Santiago, para preparar su ingreso a Ingeniería Eléctrica, lo que hizo en marzo de 1969, en la Universidad Técnica del Estado. Mientras, colaboraba activamente con las actividades culturales de las embajadas de Vietnam y Checoslovaquia.Durante el Gobierno de la Unidad Popular, Michelle alternó sus estudios con actividades laborales en el Instituto Chileno–Vietnamita de Cultura –en donde se desempeñó como bibliotecaria– y como secretaria del sindicato de Cristalerías Chile, en el Cordón Vicuña Mackenna

También colaboró en varias iniciativas del Instituto de Estudios Sociales de América Latina (INESAL), una suerte de think tank y centro de formación política vinculado al PS, en donde conocería al joven dirigente Ricardo Lagos Salinas.Al mismo tiempo, se fue a vivir con dos compañeras a un departamento en la calle Mosqueto.

Después del golpe, Michelle se integró al trabajo del PS en la clandestinidad, colaborando, junto a Patricia Abarzúa (la misma compañera de estudios en el Liceo 1) y Marisol Bravo, “la negra”, una joven estudiante de economía en la Universidad de Chile, a quien había conocido antes del 11. Las tres amigas colaboraron activamente en las redes y grupos de apoyo que protegían al ex diputado Carlos Lorca y al joven dirigente Ricardo Lagos Salinas, que integraban la cúpula del PS en la clandestinidad.

Pronto, Michelle comenzó a ser buscada por los órganos represivos de la Junta Militar. Su madre recuerda que desconocidos de civil vigilaban diariamente y a toda hora la fuente de soda que mantenía frente al edificio de las Fiscalías Militares en calle Gálvez (hoy Zenteno) Nº 143, donde antes había funcionado el diario “Clarín”. Su evidente propósito era capturar a Michelle y los que eventualmente le acompañaran. La primera vez fue en septiembre de 1974. Los agentes se identificaron como militares y preguntaron por la joven. Al no encontrarla, estuvieron alrededor de quince días vigilando el lugar.

Michelle, sin embargo, desde antes del golpe se había mudado a un pequeño departamento en el Barrio Bellas Artes, el que también se vio en la obligación de abandonar cuando debió pasar a la clandestinidad.

Luego de pasar algunos meses en un departamento en Avenida República, junto a Patricia Abarzúa y Marisol Bravo, las tres amigas decidieron mudarse a una pequeña casa en la calle Nueva Uno, en el paradero 24 de la Gran Avenida. A ese lugar pronto llegarían a ocultarse Lorca y Lagos Salinas, y ocasionalmente Víctor Zeréga, un joven alumno de economía de la Universidad de Chile, que en el último año había dejado sus estudios, para dedicarse de lleno a la organización sindical. Zeréga también formaba parte de la dirigencia clandestina del PS y era intensamente buscado por los servicios de seguridad.

Mónica Hizaut, una joven estudiante secundaria, recibió el encargo de ocultar, durante unos días, a dos miembros del PS muy cercados por la represión. Sin pensarlo dos veces, convenció a su madre de acoger a los perseguidos en su departamento de la Villa Olímpica, en Ñuñoa. Mónica entonces no lo sabía, pero esos jóvenes, que finalmente estuvieron dos meses en su hogar, eran Ricardo Lagos Salinas y la propia Michelle. Mónica recuerda que Michelle “salía a hacer contactos, redactaba informes, revisaba la prensa y tipeaba documentos”. La joven liceana de entonces no puede olvidar que Michelle también le leía poemas y fábulas en francés y que, en más de una ocasión, le pidió le lavara el cabello con manzanilla.

Hacia comienzos de 1975, las condiciones de subsistencia de los militantes que desafiaban desde las sombras a la dictadura eran dramáticas. La falta de recursos y de casas de seguridad comenzó a gatillar una serie de importantes caídas. Entre ellas, la desaparición de Ariel Mancilla, joven constructor civil y amigo personal de Michelle. Eduardo Muñoz, el liceano que consiguió que Mónica alojara a Michelle y a Lagos Salinas en su departamento, había sido asesinado a mediados del año anterior.

Juan Carlos Ruiz, también ayudista de los dirigentes clandestinos, declaró que, en noviembre de 1974, después de salir libre de una detención, tomó contacto con Michelle Peña, cuando Ricardo Lagos y ella vivían en una pensión, en el número 557 de la calle Tocornal. Posteriormente, en 1975, asumió tareas de enlace entre Exequiel Ponce y Ricardo Lagos y Carlos Lorca. Recuerda que en esa época se vivían tiempos de mucha inseguridad, luego de las anteriores detenciones de militantes del MIR y del PS.

El embarazo de Michelle, además, generaba permanentes sobresaltos, porque era necesario trasladarla a los controles médicos, cambiándole continuamente de nombre. Patricia Abarzúa recuerda que Michelle concurría a los controles en diversos establecimientos, bajo los nombres falsos de “Patricia” y “Andrea” Klein.

Con ocho meses de embarazo, fue detenida por la DINA el 20 de junio de 1975, junto a Ricardo Lagos Salinas, en una casa de la calle Tiros 122 en la Villa Japón, en el sector de Las Rejas. Su detención y desaparición se inscribió en la operación de la DINA en contra de la Comisión Política del Partido Socialista en la clandestinidad, así como sus enlaces y correos, en junio y comienzos de julio de 1975.

Diez o doce días antes de su secuestro, su madre logró reunirse con ella. El encuentro se hizo en el Drugstore de Providencia. Hacía seis meses que Gregoria no veía a Michelle. Gregoria recuerda que hablaron apenas una hora: “Fue cuando me enteré de que le faltaba muy poco para ser madre. ¿Cómo se te ocurre quedarte embarazada?, la recriminé. Intenté convencerla de que pidiese asilo en la Embajada de Francia (Michelle tenía la nacionalidad francesa). Ya habíamos hecho todos los trámites, pero no aceptó. Pensaba que la dictadura no podría durar demasiado tiempo.

Sin saber aún de la captura de su hija, Gregoria recuerda que a su local comercial llegó –a mediados de junio- “un señor que hizo una compra y luego me dijo que me parecía mucho a una muchacha embrazada que permanecía con vigilancia de la DINA internada en el Hospital Militar. El hombre agregó que trabajaba en ese recinto. Yo dude, pero al final le dije, fingiendo que era por pura humanidad, si podía pedirle a esa niña que me enviara una nota, para ver si podía ayudarla en algo. A los tres días el hombre volvió a mi local, con una nota de puño y letra en donde la chica pedía algo de ropa y unos libros, entre ellos Les Fables de le Fontaine –Las Fábulas de la Fontana-, un libro que ella había leído muchas veces y que era su favorito. Fue una seña cifrada para decirme que estaba en manos de la DINA”. Pese a ello, en múltiples indagatorias, el Hospital Militar negó que alguna mujer de las características de Michelle hubiese ingresado en esas fechas al recinto médico.

Antes de la captura de Michelle, Aileen Grifitth, su vieja amiga desde la época del Liceo 1, recibió en su casa de Luis Zegers con Martín de Zamora una inesperada visita: Era mayo de 1975, y al abrir la puerta, se encontró con Juan Carlos Ruiz, un viejo amigo de sus años universitarios. “El “Guatón Ruiz –el mismo que colaboraba con los dirigentes clandestinos del PS- nos dice si podemos recibir a una pareja de compañeros que debía cambiar de lugar de residencia por seguridad, sin la más mínima duda y orgullosos de ayudar dijimos de inmediato que sí”, recuerda Aileen.Grande sería su sorpresa cuando, al día siguiente suena el timbre de su hogar y por segunda vez se encuentra con Michelle, acompañada por Ricardo Lagos Salinas. Aileen recuerda que Michelle “venía con un jumper azul, estaba embarazada, unos 7 meses de embarazo tenía, su guatita era grande. Nos abrazamos, de esos abrazos que se quedan pegados a los huesos por siempre”.

Aileen hasta ahora recuerda nítidamente los días que Michelle y Lagos Salinas pasaron en su hogar: “Había sol, tibio, la cuidé como a una hija, pude regalonearla, podía tomar sol en el jardín, debe haber sido otoño, no recuerdo, le hice comidas ricas para acariciarla, para alimentar a su hij@, conversamos mucho, pero lo que más recuerdo fue la sensación de protección y contención que nos dimos. Fue un regalo para mí, el más preciado”.

Una tarde, al volver de un pequeño paseo junto a uno de sus hijos, al volver a su hogar la joven pareja que ocultó por días ya no estaba. Por razones de seguridad se les había trasladado a una casa en el sector de Las Rejas. Esa noche, Aileen tuvo una pesadilla que resultaría premonitoria: “Desperté muy agitada, vi a Michelle a los pies de mi cama gritándome que le ayudara, estaba ensangrentada, desperté a mi marido, lloré mucho, pero mucho”.

Días después, volvió a sonar el timbre de su casa: “era nuestro amigo, Juan Carlos Ruiz, venía muy angustiado, deshecho. Nos dijo que había ido a ver a Michelle y a Ricardo al lugar donde se habían cambiado, había entrado porque estaba puesta una seña que indicaba que podía entrar. Encontró todo bestialmente revuelto y ellos ya no estaban...”

El 1 de julio de 1975, cuando el socialista Héctor Eduardo Riffo se encontraba recluido en el sector “La Torre” en Villa Grimaldi sintió que a una cabaña vecina ingresaban a dos mujeres. Escuchó sus voces y reconoció a Michelle, a quien conocía por sus labores partidarias.

La periodista Gladys Díaz Armijo, ex prisionera política del MIR, declaró después que el 2 de julio de 1975, encontró en Villa Grimaldi a Michelle Peña y a Carolina Wiff: “Me dejaron por horas sentada en una banca en el jardín. Como al mediodía me dijeron que fuera a comer algo y me hicieron pasara otro patio en donde había una mesa con 3 platos, allí condujeron a dos mujeres (...) Las hicieron sentarse a mi lado. Les hablé, desconfiaron y guardaron silencio, una era más morena, pelo corto; la otra de tez muy blanca; nariz respingona. Les expliqué quien era y ellas me dieron nombres que percibí eran al azar. Ambas estaban enflaquecidas tristes y temerosas, especialmente la de tez más blanca. Conversaban entre ellas como ignorándome, pensarían que era una delatora; además no podían verme. Hablaban de Julio, decían que Julio (otro de los nombres políticos usados por Carlos Lorca) estaba muy mal que se quejaba continuamente y que el otro, que supongo sería Exequiel Ponce, estaba algo mejor. Insistí, les dije que era importante que me dieran sus nombres pues yo volvería seguramente a Tres Álamos y que podía informar sobre ellas, que no quería saber más que sus nombres. Entonces una, la de pelo corto y morena, me dijo que se llamaba Carolina y la otra Michelle, no me dijeron sus apellidos. Luego siguieron ignorándome y hablando entre ellas; una comentaba que los guardias le habían dado la ropa de Julio, llena de sangre y que tenían que lavarla. En ese momento los guardias apresurada mente vinieron a buscarme. No las vi más”. Y agregó: “Cuatro o cinco días después, encontrándome en Tres Álamos varios presos políticos fuimos interrogados por una persona del Comité Pro Paz, no sé si era un abogado, quien había entrado en hora de visita y traía ocultas varias fotos de hombres y mujeres. Reconocí a las prisioneras que había visto en Villa Grimaldi. Le di sus nombres, él me dio sus apellidos”.

Vicente Álvarez, sargento 1° y enfermero del Ejercito adscrito a la Brigada de Sanidad de la DINA –el equipo de médicos y enfermeras que, dirigido por el doctor Werner Zhangelinni, funcionó en las clínicas Santa Lucía y London, ambas en el centro de Santiago- , en declaración policial realizada el 6 de junio del 2005, afirmó que “hacia fines de junio (del 75) llegó a la Clínica Santa Lucía una mujer, en avanzado estado de gravidez, a punto de dar a luz. Recuerdo que fue atendida por un médico que podría haber sido Leyton, Fantuzzi, Bravo o Muñoz, los doctores de la Brigada de Sanidad de la DINA que estaban en la clínica ese día”.

Michelle después de esa visita a la clínica de la DINA fue devuelta a Villa Grimaldi, en donde los esbirros de Contreras continuaron torturándola.

María Isabel Romero, una joven militante del MIR –en declaración jurada realizada el 9 de enero del 2002, en Santiago- señaló haber sido detenida por la DINA a fines de junio de 1975, mientras viajaba en bus entre las ciudades de Concepción y Chillán. Luego de unos días retenida en Colonia Dignidad y en el Regimiento de Talca, fue trasladada a Villa Grimaldi hacia el 3 de julio de ese año. Cuando despertó del letargo –había sido drogada antes de llegar a Santiago- advirtió los quejidos y llantos desgarradores de una joven que estaba en su misma celda. La joven le dio su nombre, le confesó que el hijo que esperaba había muerto a causa de la brutal tortura y que recién la habían traído de vuelta de la “clínica” a la que llevaron después del aborto que le provocó el castigo de sus torturadores. Era Michelle Peña.

Su madre recuerda que durante todo un año la buscaron: “Nos decían que se había ido con otro hombre o al extranjero. Nunca encontré a nadie que me tratara con dignidad. Buscábamos como un ciego que se topa contra una pared”.

Michelle, la joven activa, que Aileen rememora como "llena de vida, enamorada, de piel muy blanca y cabellos negros largo y rizados, de lentes y con un aire de española, la misma que cuando se emocionaba o enojaba movía las aletas de su nariz y se ponía roja", constituye una más de las mujeres heroicas que serían víctimas del terror dictatorial, una más cuyo recuerdo, que sigue interpelando al silencio vergonzante de muchos de “nuestros hombres y valientes soldados”, se erige en la ética victoriosa de todas esas golpeadas pero invictas mujeres de toda una generación.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Ay...., ayayai, ésto me hace doler y saber dónde esta el dolor del tuétano, gracias Juan, por recordar a mi amiga querida, por decribirla tal cual era.
Michelle donde te encuentres te llevo dentro de mi corazón y pegada a mis huesos. Te quiero amiga
Aileen Grifith

Natalia Flores González dijo...

Juan, felicitaciones por el espacio